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Carta de Jorge Celdrán, uno de nuestros
voluntarios SVE en Bielorrusia:

Ya han pasado
tres meses desde que llegué a Minsk. Tres meses en los que con el pasar de los
días me doy cuenta de todo lo que ha sucedido, aunque en ocasiones parezca que
no sucede nada nuevo.

La sensación que
tengo desde hace un tiempo es que la vida en Bielorrusia es como una continua
adaptación a diferentes cosas o situaciones. Es una continua sucesión de
pequeñas victorias y pequeñas derrotas – solo pequeñas y en ningún caso
traumáticas – diferentes estados de ánimo que van marcando cada día el rumbo – o
hasta qué punto vas a ser capaz de llegar – ¿Llegaré a hablar ruso? ¿Conoceré
más a fondo a los habitantes de Minsk o incluso haré buenos amigos? ¿Estarán
siendo mis actividades todo lo productivas que querría o si servirán de algo? Me
pregunto, en fin, si esto supondrá algún cambio en la mentalidad –- en la mía o
en la de otros – o si es posible que esto que estoy haciendo abra en alguna de
esas cabezas otra vía de pensamiento.

Muchas
preguntas, dudas, estados de ánimo, victorias y derrotas que van siempre de la
mano y construyen un mismo camino que, observado detenidamente, te das cuenta
de que sí; que has avanzado y en algunos momentos te puedes sentir bastante
bien adaptado. Sin  olvidar que mañana
mismo quizás algo nuevo aparecerá y tendrás que dar un nuevo rodeo para
readaptarlo todo.

Sabía en cierto
modo que esto sería así, que uno de los objetivos del Servicio de Voluntariado
Europeo es aprender a vivir y convivir en otros países y entre otras personas. Es
además uno de los principales motivos que me impulsó a participar en este
programa y elegir Bielorrusia como destino. Un país cercano pero aun así fuera
de la Unión Europea.

 Hace pocos días
veía la película “Un lugar en el mundo”, de Adolfo Aristarain, y en una de las
conversaciones que mantienen los protagonistas venían a decir que el riesgo y
la aventura, el reto permanente, es lo que nos mantiene vivos. Así que no puedo
estar más de acuerdo.
  Todo, o casi todo,
se convierte en un reto y eso es lo que hace la experiencia de voluntariado
europeo en este país apasionante.

Salir de tu
mundo, de tu burbuja, en la que te sientes perfectamente adaptado y cómodo.
Llegar a esto que llaman “zona mágica” o de incertidumbre, abrir los ojos,
observar y empezar a convivir con nuevos horarios; nuevas calles; autobuses y
trolebuses – que no sabes bien si te llevan donde quieres, porque todo está
escrito en cirílico y al principio te parecen garabatos – otra comida; otros
lugares, diferentes espacios de ocio que poco se parecen a los que tenemos por
“normales”; otros amigos que vienen de otros países y, aunque con tu mismo
espíritu, tienen experiencias pasadas y formas de ver la cosas diferentes; el
frío intenso que nunca había sentido; el comportamiento de los nativos en
algunas situaciones…

En definitiva, una
buena cantidad de cosas nuevas e interesantes que me gustaría ir explicando más
a fondo con el tiempo. Por el momento no puedo más que dejaros con este mejunje
de pensamientos que salen de mí tras tres meses por Minsk.    



Saludos desde
Belarus.  пока!
Jorge Celdrán
Girón