Inicio > Sin categoría > 23 mayo, 2015

La Fundación Escuela de Solidaridad comparte con vosotr@s, nuevamente, las experiencias recogidas por nuestro voluntario europeo Jorge Celdrán. Tras 6 meses de proyecto en Bielorrusia, nos cuenta lo siguiente:

Recientemente se
han cumplido seis meses desde que aterricé en Minsk y empezó mi proyecto de
EVS, lo que quiere decir que estoy en la mitad de lo que será mi estancia en
Bielorrusia.

 

Durante estos meses
ha pasado casi de todo y ese proceso de adaptación del que hablaba hace algún
tiempo nunca ha terminado, de hecho creo que no acabará nunca. Una vez adaptado
a los transportes, al clima o la comida, por poner solo unos ejemplos, queda
adaptarse a asuntos más personales, como son las relaciones con la gente de
alrededor, mi sitio en este pequeño nuevo mundo o mi forma de actuar dentro de
esta sociedad.
Pero mientras todo
esto sucede el tiempo pasa o, mejor dicho, vuela, y hace dos semanas me veía
envuelto en la  participación del
“midterm meeting” -uno de los cursos de formación que se organizan durante el
EVS- en este caso para los que nos encontramos en la mitad de nuestros
proyectos. El encuentro y las actividades se desarrollaron en Slavske, un
pueblecillo al oeste de Ucrania. Durante estos días he conocido voluntarios de
diferentes países que realizan sus proyectos en Bielorrusia, Ucrania y
Moldavia. Hemos pasado cuatro días conociéndonos y poniendo en común nuestros
proyectos y experiencias, las dificultades que afrontamos durante nuestra
estancia en el extranjero, las cosas que nos hacen sentirnos felices o
realizados, compartiendo comidas, cafés y cervezas. En definitiva, descubriendo
a otras personas que, en cierto modo, están pasando este año conmigo, aunque
sea a cientos de kilómetros. Y algo muy importante es
que he podido ver en muchos de ellos, al igual que en mí, que el voluntariado
es una actividad que se siente, y que algunas cosas en la vida han de ser así y
no de otra manera.










El voluntariado
europeo es una experiencia muy bonita, única y totalmente recomendable por todo
lo que te aporta, las cosas que se aprenden o la gente que se conoce, pero
también puede llevarte en algún momento a sensaciones de frustración o, mejor
dicho, de confusión, y es que no siempre las cosas salen como queremos o
habíamos imaginado e idealizado.
Por este motivo,
para mi tuvo especial relevancia una de las últimas actividades de estos días
en Ucrania. Consistió en encontrar un objeto que, de alguna manera, pudiera
definir lo que significa para nosotros este tiempo que aun nos queda como
voluntarios. Pensé, entonces, en una conversación que había tenido días antes
con una amiga, otra voluntaria en Minsk. Yo estaba aquel día un poco
decepcionado por como mis actividades en algún caso se estaban llevando a cabo
y por aquellas que no estaba realizando. Ella me hizo ver que eso todavía tenía
solución, que mirara un poco hacia atrás – prestando atención a lo que había
hecho durante seis meses – y qué podía llegar a hacer en los seis meses
que me quedaban con mejor adaptación y mayor empuje.
Por lo tanto, en mi
caso no tuve que buscar muy lejos mi objeto o ir a ningún sitio a encontrarlo,
ya que lo llevaba puesto: mis zapatos. Los mismos zapatos con los que me subí
al avión y puse por primera vez el pie en este país, con los que empecé a
moverme por la ciudad y conocer gente, con los que empecé a hacer mis
actividades y perdí el miedo a enfrentarme a una audiencia (sea en un colegio,
en la universidad o en una clase de español), con los que me equivocaba de
autobús y llegaba tarde a clase de ruso (para seguir desorientándome). Los
mismos zapatos con los que he viajado a Polonia, Lituania y Ucrania, con los
que pisé la nieve durante tantos meses y anduve sobre un lago helado, los
mismos que me quité tras subir una montaña para tumbarme en la hierba a
observar un valle en los Cárpatos. Con los que a diario sigo descubriendo y
encontrando las ganas de seguir sorprendiéndome, viajando, conociendo gente y
dando pequeños pasos en mi vida.
Así que paso a paso
sigo marcando mi camino en Minsk. Sé que no hace falta que diga el nombre del
poema de Machado y la canción de Serrat en la que estoy pensando, pero es el
mismo texto que en forma de tatuaje se lee en el pie de uno de mis mejores
amigos, el mismo pie que se rompió cuando viajaba por España y que no le
impidió recuperarse y seguir adelante inmediatamente. Como hago yo aquí a
diario, y con mucho gusto, por cierto.

PS: Por si había
surgido alguna duda diré que si, que he limpiado los zapatos después de varios
usosJ